lunes, 28 de septiembre de 2015

La Felicidad también se aprende

No hay nadie a quien no le atraiga la idea de alcanzar la felicidad. Pero ese anhelo, que es tan propio del ser humano, permanece muchas veces inalcanzado, lo cual nos lleva a preguntarnos: ¿qué es la felicidad?; y como consecuencia, ¿cómo podemos llegar a ser felices?




Cuando vemos a un niño pequeño, solemos cuidarlo con mucho mimo y cariño. Le dispensamos los mejores cuidados para que aprenda a caminar. Conforme se va haciendo mayor, cuidamos de que aprenda a leer y a escribir. Y cuando termina sus estudios, normalmente, se le suele dejar libre en la creencia de que ya lo sabe todo, aunque, la verdad, a vivir nadie nos ha enseñado y creemos que esto solo lo podemos aprender de la vida a base de golpes.
Pero… si alguien está dispuesto a arriesgarse, puede acercarse a una escuela de filosofía y se le enseñará a vivir. Y, junto a la idea de aprender a vivir, está la idea de aprender a ser feliz.

Si salimos a la calle y preguntamos a los paseantes qué es la felicidad, la respuesta normal será que está en las pequeñas cosas, depende de los tuyos, de tu familia, de no tener preocupaciones, etc. Y si buscamos en las redes sociales, en Internet, nos encontraremos con cursos de fines de semana y con ideas que, si bien nos pueden dar la felicidad, esta es momentánea o tiene bastantes tintes de egoísmo. Lo que yo pretendo que intentemos es la felicidad duradera, la que siempre nos acompañará, pese a los altibajos naturales de la vida. Y, para ello, nada como acudir a los grandes hombres de la filosofía, los grandes clásicos, quienes buscaron y hallaron un camino para llegar a la felicidad.

Aristóteles, junto con muchos filósofos, parte de una idea, y es que todo ser humano, a través de sus acciones, siempre busca el bien. Todo arte, toda ciencia, todo conocimiento, tiende hacia el bien. Y el Bien supremo, el último, para él, no es sino la felicidad. Aristóteles define la felicidad propia del ser humano como la actividad de su alma conforme a la virtud. La frase, más o menos completa, dice así: “La felicidad propia del hombre es la actividad del alma dirigida por la virtud. Y si hay muchas virtudes, por la más alta y perfecta de todas ellas”.

Veamos qué significa. Por un lado, es actividad. La felicidad, solo la vamos a conseguir haciendo cosas, manteniendo una acción. Pero cuidado, un estado de estrés, tampoco. Si nos fijamos en la Naturaleza, nos daremos cuenta de que ella nunca está quieta, nunca; pero tampoco hace nada de sopetón, con prisas. En la Naturaleza, nunca hay estrés. De aquí que el hombre también necesita tener una actividad y hacer las cosas con ritmo, como lo hace la propia Naturaleza. Y si lo pensamos un poco, cuando hacemos algo es cuando podemos ser felices. Cuando no hacemos nada es cuando nuestra cabeza empieza a pensar sola y, en muchas ocasiones, no por el buen camino precisamente.

El segundo punto que nos conviene tener en cuenta es lo del alma. ¿Qué es el alma? La verdad es que hablar del alma nos daría casi para toda una vida, pero haciendo caso a la filosofía oriental, diremos que es aquella parte del ser humano que engloba todos sus sentimientos, emociones, pensamientos, etc. Dentro de su estructura filosófica de constitución septenaria, serían los vehículos de Astral y Kama-Manas.

Por lo tanto, ahora ya sabemos que todo lo que hagamos con el alma nos llevará a la felicidad. Pero… falta añadirle un componente. Como dice Aristóteles: dirigida por la virtud.
 

La virtud como camino
¿Qué es la virtud?

Las virtudes más conocidas son la justicia, la bondad, el valor, la nobleza, la dignidad, la templanza, la generosidad, etc. Pero ¿qué es ser justo, bueno, valeroso, noble, digno, generoso, etc.? Según Aristóteles, la virtud es el punto medio entre dos extremos. Ello quiere decir que cada virtud es un punto de equilibrio entre dos extremos. Veamos más ejemplos. Si ponemos en un extremo la temeridad y en el otro la cobardía, en el justo medio está el valor. Ello quiere decir que la virtud del valor, la tendrá aquel que sepa realizar acciones y no sea un cobarde, pero tampoco un temerario. Es aquel que pone inteligencia en sus acciones y se enfrenta a los peligros una vez los ha valorado. Sinónimo de valor es coraje. Lo mismo nos pasará con las otras virtudes; todas están relacionadas con un defecto y un exceso; y la virtud es el justo medio, ese difícil equilibrio que tanto nos cuesta conseguir y mantener.

Por lo tanto, volviendo al enunciado de lo que da la felicidad, ya tenemos que todo lo que hagamos, propio del ser humano, dirigido por la virtud, nos dará la felicidad. Pero hay una parte de la frase que todavía no hemos analizado y es la última. Sí, toda virtud es buena, pero parece que hay unas mejores que otras. Ser bueno es fácil, ser justo es muy difícil.

Aristóteles nos lleva a elegir la virtud más alta y la más perfecta de todas ellas. Y ello es así porque para los filósofos griegos había dos grupos de virtudes; virtudes intelectuales y virtudes morales. Entre las virtudes intelectuales tenemos la sabiduría, la ciencia, la prudencia, etc. Y entre las morales, tenemos la generosidad, la templanza, etc. Las virtudes intelectuales son las que nacen de una enseñanza, mientras que las enseñanzas morales son las que nacen con la práctica. De alguna manera, lo que nos quiere decir Aristóteles es que solo seremos justos si practicamos la justicia; solo seremos generosos si practicamos la generosidad; solo seremos nobles si practicamos la nobleza. Y así, con cada una de las virtudes.

Así que, con todo esto, ya podemos empezar a saber cómo podemos llegar a ser felices de verdad. Si somos capaces de empezar a practicar las cualidades humanas (que es la acción del alma), seremos capaces de acercarnos a una verdadera felicidad.

Así pues, lo que de verdad nos dejó Aristóteles fue un camino para poder ser realmente felices. ¿O acaso cuando tenemos ocasión de ayudar a alguien, sin esperar nada a cambio, cuando ayudamos a un invidente a cruzar una calle, o a una ancianita a pasar por un sitio difícil, cuando tenemos ocasión de practicar el voluntariado, de hacer acciones que nosotros llamamos buenas de corazón, no nos sentimos bien, no nos sentimos llenos, no nos sentimos felices? Claro que sí. Y este es el camino para conseguir la felicidad, que ya nos señalaron hace más de 2500 años estos filósofos griegos.

Pues así como nos esforzamos en trabajar duro para ganar el dinero con el que queremos vivir, comprar cosas y demás (dinero que al fin y a la postre en algún momento vamos a perder), si queremos ser felices, no podemos esperar que nos llegue la felicidad desde afuera; es necesario que nos nazca de dentro de nosotros. Tendremos que trabajar y luchar contra nosotros mismos para poder vencer nuestros miedos. Es necesario practicar los valores que nos hacen mejores; al principio nos costará un poco, nos parecerá una tontería, puede que incluso nos dé vergüenza. Pero si somos capaces de superar esta resistencia inicial, fruto de nuestros propios miedos, seremos capaces de sentir, poco a poco, cómo nace en nuestro interior una fortaleza y una seguridad que nos convertirá en mejores personas y en seres mucho más felices; poco a poco veremos cómo todas las cosas de este mundo están colocadas en su sitio y cómo somos capaces de ver la vida con otros ojos.

Esta felicidad no es la felicidad de sonreír sin ton ni son, no es esa superficialidad que notamos al estar en contacto con personas y tomando una copa en un bar, que puede estar bien, pero que, como os decía antes, termina. En cambio, la verdadera felicidad no es sino una sensación de paz interior, de ver el mundo sabiendo que cada cosa tiene su sitio y sabiendo que todas las cosas se van sucediendo, una detrás de otra, de forma equilibrada y natural, y que todas tiene un porqué. Y que nosotros podemos contribuir a hacer que todo vaya un poco mejor. Esa felicidad otorga fuerza interior, que se convierte en el motor de nuestras vidas.

Y en ese trabajo, como os decía, no debe ser poco el esfuerzo que pongamos, porque todo esfuerzo invertido en ser felices, en practicar las virtudes, en mejorarnos, es un esfuerzo que nos acompañará siempre.


Tomeu Cáffaro en Esfinge

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