lunes, 3 de julio de 2017

Soy mi propio hogar, por eso me escucho, me atiendo y me renuevo


Soy mi propio hogar, por eso abro las ventanas para renovar el aire, para que se vaya el viento rancio y tóxico y entre la brisa que huele a esperanza, a ilusiones perfumadas. Soy mi propia casa, soy mi refugio preciado, por eso a veces no estoy para nadie porque busco el cobijo de mi intimidad: mis rincones privados para escucharme, para atenderme, para sanarme…
Si nuestro interior fuera en realidad una casa, muchos de nosotros la tendríamos tristemente descuidada. Más aún, habría quienes dispondrían de una fachada bien decorada, con orlados tejados de colores, llamativas chimeneas, sofisticadas rejas y grandes ventanales con elegantes cortinajes.
Los hogares se construyen para ser habitados, disfrutados, no para ser contemplados
                                                   Francis Bacon
Sin embargo, si quisiéramos entrar al interior de estas mansiones tan imponentes, descubriríamos en muchas de ellas muros desvencijados, pilares débiles, salones solitarios, habitaciones vacías que huelen a tristeza y muchos rincones oscuros, ahí donde nunca ha entrado la luz del sol. En efecto, si cada uno de nosotros fuéramos en realidad una casa, estaríamos en la obligación imperante de atenderla, de convertir nuestro hogar en un espacio rico, cómodo, libre de sombras, de habitaciones cerradas y grietas largamente descuidadas.
Somos nuestro propio hogar, admitámoslo, somos nuestro propio refugio y esa estructura excepcional que siempre está en constante crecimiento. Aprendamos entonces a cuidar este espacio mágico que ni se vende ni se presta, sino que se protege.


El refugio que buscas fuera está en tu interior

Decía George Bernard Shaw que la vida no se trata de encontrarnos a nosotros mismos, se trata en realidad de saber crearnos a nosotros mismos. Así, quien elija emprender un viaje de búsqueda con el fin de dar con un propósito, con el de reconocer sus límites y de hallar la esencia de la propia personalidad, errará en el enfoque. Porque todo lo que desea saber no está en el exterior, sino en ese escenario interno que produce frutos maravillosos cuando lo cuidamos.
A su vez, hay un hecho innegable que muchos habremos percibido alguna vez, sobre todo en esa etapa de nuestra adolescencia donde vivimos de puertas hacia afuera, pendientes de lo que la vida nos trae, de lo que acontece en el exterior con su algarabía, con sus sabores, sonidos y oleaje. Al vivir desconectados de nuestro corazón, de ese faro interno donde brillan los valores y propia identidad, siempre tenemos la sensación de que “falta algo”. De que lo que hay en el propio hogar es un insufrible vacío y que hay que llenarlo con casi cualquier cosa.
Así, casi sin darnos cuenta, dejamos entrar al hogar de nuestro propio ser al primero que venga, le damos las llaves de la puerta de entrada, le ofrecemos el sofá del salón e incluso la llave privada de nuestros armarios y guardillas. Lo hacemos con ingenua inocencia, sin saber que hay ladrones que todo se lo quedan, merodeadores sin piedad que todo lo arrasan: autoestimas, fortalezas, virtudes, sueños e ilusiones…


Atenderte, escucharte, construirte no es un acto de egoísmo

Tener un hogar de espaciosos salones llenos de libros donde se contienen infinitos saberes no es un acto de egoísmo. Disponer de un hogar donde no hay puertas cerradas, ni grietas, ni rincones habitados por sombras y oscuridades no es un acto de vanidad. Disfrutar de un jardín donde se extienden increíbles flores, bellos arbustos y árboles de fuertes raíces no es algo superficial. Porque conseguir cada una de estas cosas requiere tiempo, voluntad y un delicado auto-cuidado.
La luz es demasiado dolorosa para quienes viven en la oscuridad.
                                                   Eckhart Tölle
Vivimos en una sociedad que nos condiciona a creer que el amor hacia uno mismo es un acto de egoísmo. Sin embargo, después estamos casi obligados a leer libros de autoayuda para descubrir que esa premisa no es cierta, que cerrar las puertas de nuestro hogar a lo que no nos gusta o no nos apetece no es ser narcisista. Es ser valiente, es aunar amor propio y honestidad, es afianzar un compromiso con nosotros mismos para garantizar nuestra autoestima y nuestro bienestar en un mundo acostumbrado a moldear personas frustradas, personas que no saben cómo ser felices.
Ya lo dijo Albert Ellis en su momento, nuestra sociedad nos enseña a menudo a dañarnos a nosotros mismos. Debemos por tanto a dejar a un lado todo lo que nos han hecho creer hasta el momento para aprender pensar y sentir de modo diferente, para recordar que hay un ser frágil y desvalido que necesita atención, cuidados y reconocimiento: uno mismo.
Hagamos por tanto ese viaje de retorno hacia el propio hogar para barrer hacia fuera nuestras creencias limitantes, para ampliar las salas de las esperanzas, para descorrer las cortinas de los conflictos internos, para sanear las tuberías de nuestras heridas emocionales. Sembremos nuestros jardines de semillas de ilusiones y guardemos en el propio bolsillo las llaves de nuestro hogar, porque son ellas y solo ellas, las que abrirán al fin y al cabo todas las puertas de nuestra felicidad…

Psicologia/Valeria Sabater
Imágenes cortesía de Victor Nizovtsev
https://lamenteesmaravillosa.com

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