lunes, 6 de noviembre de 2017

APRENDE A RELATIVIZAR



En mi opinión, saber relativizar, lo mismo que ser ecuánime, o ser desapasionado, o ser imparcial, incorruptible, ponderado, razonable, o ser íntegro, son cualidades muy preciadas cuando se trata de evaluar con claridad las cosas que nos suceden, los acontecimientos que vivimos, o incluso los sentimientos y variaciones por los que uno transita.

Hay una tendencia habitual a clasificar mal los hechos, porque casi siempre se hacen desde un estado dramático, pesimista, sufriente o afectado, o, por el contrario, se hacen en momentos de exaltación o euforia, y en todos esos casos falta el equilibrio necesario para ver las cosas en su exactitud, ya que cualquiera de los dos estados tiñen la realidad de las cosas.

Todos hemos tenido ocasión de comprobar que más de una vez hemos sido excesivos al calificar un estado o valorar una situación, y hemos visto cómo aquello que aparentó ser tan trágico en su momento con el paso del tiempo fue diluyendo su exageración y fue quedándose en su auténtica realidad, y ésta no era tan grave ni tan aparatosa.

Algunos hasta hemos sido capaces de sonreír al recordarnos desquiciados ante algo que ahora comprobamos que no era tan grave como nos pareció entonces.

El modo de evitar ese mal trago que a veces nos proporcionamos es saber relativizar (“Introducir en la consideración de un asunto aspectos que atenúan sus efectos o importancia”), y de ese modo ser capaces de verlo ya, en el momento en que está sucediendo, en su auténtica dimensión.

Al final acabamos recurriendo a menudo a ese dicho de “Todo tiene remedio, menos la muerte”, porque vamos comprobando con el paso del tiempo que las tragedias –casi todas- pierden sus aristas dolientes, se les diluyen la rabia y el rencor, disminuyen la desgracia, y se quedan en hechos “más o menos normales”; hechos que, por supuesto, rechazamos porque van en contra de nuestro deseo de ausencia de conflictos, o porque nos llegan en un momento que estamos bajos de ánimo.

►Relativizar implica desapasionarse de la realidad aparente para poder apreciar la auténtica realidad.
Cuando vemos que le sucede a otro el mismo hecho o uno similar al que nos sucede a nosotros, podemos tomar dos puntos de observación y opinión distintos: o menospreciamos lo que le sucede al otro –aunque sea exactamente lo mismo- y en cambio engordamos lo que nos sucede a nosotros –que, repito, es exactamente lo mismo-, o puede que -si somos sensatos- podamos ser capaces de verlo de una forma desapasionada, porque es al otro al que le sucede y no a nosotros, por tanto no están implicados y activos esos motivos personales de implicación que conllevan y aportan algo de confusión.

Me refiero a cuando en un hecho concreto nos jugamos nuestra economía, nuestra estabilidad emocional, nuestro bienestar, o nuestro presente y futuro. Cuando le pasa al otro, LE PASA AL OTRO, por tanto no le afecta a uno mismo.

Hay que partir de tener una buena tolerancia a la frustración, y aceptar sin drama que las cosas no siempre salen a nuestro gusto, y que hay otras cosas que no dependen de nosotros y por tanto no podemos influir en su resultado.  De esas otras cosas es mejor no responsabilizarse y no sentirse culpable, y aún menos regañarse o enojarse consigo mismo, porque es algo que no depende de sí mismo.

Las cosas son lo que son, y somos nosotros los que le añadimos tragedia o felicidad. Está bien lo segundo. Lo primero, conviene revisarlo: hay que ser ecuánime, objetivo, neutral, imparcial… y no hay que dejarse arrastrar por las emociones o los sentimientos, por el impulso bruto, por la pasión confusa, o por ese arrebato descontrolado que tantas veces nos lleva al arrepentimiento.

La  vida se lleva mejor con serenidad y reflexión, con una dirección consciente de lo que uno quiere en su vida y para su vida.

Conviene ejercitarse en la tranquilidad ante los hechos que se presenten, seas cuales sean.

Y tener claro que UNO MISMO está, y ha de estar, por encima de los vaivenes, de las circunstancias, de los “caprichos” del destino, de los otros y sus actitudes y sus actos, por encima de su propia soberbia y su cólera, de su propio ímpetu y su mente desbocada.

No estoy proponiendo anestesiarse, ni anular los sentimientos y las emociones, ni quedarse impávido ante la vida, ni suicidar el corazón, sino tener la capacidad de separarse de las cosas y verlas en su justa medida, y preservarse para que el mundo no se acabe convirtiendo en un enemigo furibundo e invencible.

VIVIR… se trata de VIVIR y no de sufrir.

Te dejo con tus reflexiones…
  

Francisco de Sales
buscandome.es

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