miércoles, 21 de febrero de 2018

El sentido de la vida


Conforme la capacidad de percepción del ser humano evoluciona, observamos que ésta atraviesa el mundo de la apariencia y se adentra en capas de cebolla más profundas. Se trata de niveles en los que habita la fuente del sentido que moviliza el camino de la vida.
Sucede que, cuando tenemos un motivo profundo para hacer las cosas, el esfuerzo se minimiza y, en su lugar, aparece una corriente de «fuerza». ¿Acaso la vida en sí misma tiene sentido? No sabemos si un gato puede hacerse esta pregunta, ni tan siquiera si la necesita. Sin embargo, hay seres que al atravesar determinados tramos de la existencia se hacen tal pregunta desde la hondura de sus raíces, tal vez por sentir llegada su hora de madurar en el alma.
Si el rumbo de nuestra navegación por la vida tiene sentido, los vientos a favor o en contra no serán vividos como casuales ni impedirán continuar la travesía. En este sentido resulta curioso comprobar que, cuando nuestro acto de remar hacia adelante está enraizado al significado profundo, aparece un faro en la tormenta. Y bien sabemos que el hecho de tener un motivo profundo en la travesía permite llevar grandes cargas.
Al señalar el sentido de la vida, no puede menos que evocarse a Viktor Frankl, el psiquiatra austríaco que padeció años de tortura y privación en los campos de concentración nazis de Alemania. Victor Frankl observó que sus compañeros morían irremediablemente ante la extrema dureza de las circunstancias. Y, por el contrario, reconoció a personas que, al igual que él, desplegaban una increíble fuerza para sostener el infortunio y la vejación de aquella locura humana.
¿Qué era lo que permitía a algunos seguir con vida y no morir en la impotencia? ¿Qué factor convertía en invencibles aquellos cuerpecillos desnutridos y castigados por la crueldad y la venganza? Frankl señaló que quien poseía un sentido en su vida y, por consiguiente, un sentido a lo que incluso atormentaba, sobrevivía tal y como sobrevivió él, desplegando capacidades vitales insospechadas.
Valoremos la fuerza que emerge al tornarnos conscientes del sentido que tiene lo que ocurre cada día. El sentido que para cada cual tiene la vida no solo es una fuente de fuerza que deviene del propósito, sino que además conforma nuestra propia misión de vida, y con ella, la vocación que nos inspira.
►Quien tiene un para qué puede soportar cualquier cómo.
Cuando el dolor llega y nos vemos fuera de nuestra zona de con- fort, resulta muy reconfortante encontrar sentido a lo que sucede y no tirar la toalla. Podremos sostener mejor el dolor de nuestros hijos, de nuestras parejas y familias, de nuestros amigos y de la humanidad entera, tal vez porque el hecho de acompañar y sostener tiene sentido en nuestra vida. Sostendremos también nuestras íntimas desavenencias y contradicciones si detrás de cada obstáculo que hay que superar se revela un significado en sintonía con el propósito raíz de nuestra vida.
¿Cuál es el propósito último que nos moviliza? ¿Acaso haber sido encontrados por un propósito profundo es parecido a disparar flechas en dirección a una gran diana? La conciencia ordinaria vive en las superficies, por lo cual carece de sentido, en todo caso se mueve para acercarse al placer; y, por el contrario, allí donde huela a dolor tenderá a escapar rauda. Sin embargo, la conciencia pro- funda y el consiguiente significado que desde su nivel aparece per- mite sostener el dolor cuando este es comprendido como un tránsito a territorios de mayor armonía y más alta frecuencia vibratoria.
No parece raro que miremos atrás y nos preguntemos: ¿tuvo algún propósito mi vida?, ¿tuvieron algún sentido mis sucesivas experiencias? Bien sabemos que un barco sin rumbo naufraga más fácilmente en las tormentas. Desde la lógica científica, la vida podrá tener o no sentido y, además, no sabemos si la presencia de este será necesaria en la mente de un gato o en quien ya devino Buda. Lo que sí sabemos es lo saludable que resulta para el ser humano hacer cada día lo que resuena con su propósito y, por el contrario, lo frágil que resulta deambular desconectados de nuestra esencia.
Tal vez no podamos encontrar el sentido que la vida tiene tan solo merodeando por los rincones de la filosofía. El sentido existencial quizás sea un regalo que, cuando llega nuestro momento, es él que nos encuentra y se revela. En realidad la identidad pequeña, es decir, nuestro «yo persona», no puede controlar ni manejar la infinitud de la dimensión transpersonal, tan solo puede mantenerse atenta para que, cuando llegue el momento y esta le busque, tenga encendida la llama de su pequeña lámpara.
Con respecto al sentido último de la vida, recordemos la «pirámide de necesidades» que formuló el psicólogo transpersonal Abraham Maslow. En ella se hace referencia a la escala de las necesidades humanas. En el primer nivel básico se hallan las necesidades fisiológicas: respiración, alimentación, descanso y sexo. Más tarde, el ser humano despliega un segundo nivel inherente a las necesidades de seguridad, por el que se orienta al empleo, propiedad, familia, así como la seguridad física y moral. El tercer nivel corresponde a sus necesidades sociales o de pertenencia, para lo cual busca amistad, afecto y formar parte de un grupo. El cuarto nivel señala la necesidad de estima, una etapa en la que se busca el reconocimiento del prestigio y de la autovalía. Finalmente se corona lo alto de la pirámide, en donde se halla la necesidad de autorrealización, un nivel que corresponde a la creatividad, al desarrollo de los potenciales y al sentido de la vida. El ser humano entonces precisa de un desarrollo más profundo desde el que contribuir a la sociedad ejerciendo su misión de vida.
Es por ello por lo que el sentido de la vida no es un plato para quienes todavía no han recorrido determinados niveles de la escala. En realidad, tal sentido no aparece dándole vueltas a la cabeza, sino que brota desde el corazón como gestor directo de la autoconsciencia. Este motivo, si nuestra vida tiene sentido, significará que la inteligencia transpersonal se ha desplegado y, que muy a menudo, viviremos en consonancia con los niveles de bondad, verdad y belleza que laten en el alma humana.

José María Doria
http://josemariadoria.com

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