miércoles, 3 de mayo de 2017

Ocho cosas que ganas cuando practicas Vinyasa Yoga

Dos de los atributos que más nos definen como seres vivos son el movimiento y la respiración. Inhalamos y exhalamos, y en cada respiración concentramos la esencia de nuestro existir. Pero ¿qué ocurre si dejamos de respirar y movernos de manera automática y nos concentramos en ello?


A través de la meditación reducimos el foco de atención. La mente disipa el torbellino de pensamientos difusos y se centra. Las múltiples técnicas meditativas nos ayudan a conectar con nuestro interior. La fusión de movimiento y respiración con actitud contemplativa consiguen un estado de dinámica meditación. Es vinyasa, la práctica de yoga que nace de esa unión.
Vinyasa yoga es meditación en acción. Respiras y te mueves con consciencia: se abre una nueva puerta.
1. Disfrutas de tu propio movimiento. Observando tus acciones, estirando, torsionando, abriendo o cerrando, conectando con tu cuerpo.
2. Conoces tu cuerpo. Aunque resulte extraño, no tenemos contacto con el organismo que nos alberga. Lo ocultamos con vestidos, lo evitamos. Con Vinyasa yoga descubrirás sus virtudes, sus imperfecciones. Para conocerlas, aceptarlas y, si lo deseas, superarlas.
3. Te retas. Las secuencias de posturas son desafíos para el equilibrio, la fuerza, la flexibilidad. Sin riesgos.
4. Bailas sobre la esterilla. El fluir continuo de la práctica de Vinyasa yoga transmite la sensación de danza. Una coreografía de posturas que bien podrías realizar con música.
5. Te concentras. Libre de distracciones, de multitareas, de condicionamientos y juicios. Moviendo y respirando con atención, como una puesta a punto mental.
6. Conectas con lo que importa. Quitando las capas superfluas que envuelven a la esencia, a lo que trasciende en la vida. Fuera aditivos, lo que de verdad importa reside en tu interior.
7. Aprendes yoga en profundidad. La práctica de Vinyasa yoga incide en que realices las asanas de manera consciente. Tu atención y la propia memoria que desarrolla el cuerpo te ayudan a integrar el yoga en tu vida.
8. Ganas calidad de vida. No es solo cuestión de mejora física o calma mental. El yoga no sería yoga si sólo lo practicaras sobre la esterilla. Entrenando la acción consciente, conectas con tus sensaciones, para conocerte, respetarte y, de paso, respetar a los demás.

Victor Medina
http://www.yogaenred.com

martes, 2 de mayo de 2017

El coraje


El coraje es el impulso que nos moviliza a actuar aun sintiendo miedo. Por ello, el coraje, es una palabra de gran connotación, pues a diferencia de la ¨valentía¨, tiene la cualidad de poder transformar a la persona.

    Ser valiente puede implicar la interpretación de estar exento de miedo, pero el miedo a veces es necesario. El coraje es arriesgar yendo de la mano con el temor, porque en cierto modo, el miedo implica un grado de temeridad necesaria.

    Con coraje uno sale de su comodidad, explora lo desconocido, se adentra en lo misterioso. Permite ir con lo que uno es en ese momento, con sus limitaciones e inquietudes, pero con ello emerge la voluntad de dar el primer paso. El coraje no es exponerse a un peligro ni ser un kamikaze, sino que puede abarcar la firme resolución de abandonar los patrones que ya no nos sirven. El coraje de soltar para también agarrar, cambiar para poder evolucionar, despegarse de lo que uno es para volverse a crear.


La valentía sin más puede estar envuelta de arrogancia, orgullo, altivez o altanería. El coraje es humildad no sometida, es la libertad comenzando a ser esculpida, es el potencial de cada individuo eclosionando en su metamorfosis personal. Sin coraje no hay capacidad de crecer. La persona se encierra en sus limitaciones y está a la espera de que las cadenas que le someten se rompan por sí solas.

    El coraje implica determinación, esfuerzo y dosis de una motivación dispuesta a perder al ¨doble o nada¨ todo aquello importante y que a la vez le esclaviza. El coraje no puede ser algo mecánico; se necesita estar presente. Se involucra entonces la consciencia y se requiere salir del yo robotizado. Es sin duda una fragancia en el individuo que lo puede respirar por sí mismo cuando sus pasos se aproximan hacia un terreno que no conoce, y por el que nunca ha transitado. Es también la rebelión que se va generando en el interior de una persona cuando se siente obligado a transmutarse, a mudar la piel que le asfixia, a renovar su psicología cuando ésta no es fructífera.


El coraje es un primer acto, lo demás vendrá dado por la circunstancia y los factores, pero lo que está claro es que esa fuerza que emerge de dentro no deja indiferente a quien lo experimenta. Dicho recurso se puede ofrecer cuando la situación es límite o insostenible, o cuando las circunstancias cierran alternativas dejando como única la opción de ser más fuerte desarrollando coraje. Supeditado a la consciencia, no es una reacción desorbitada ni anómala, como tampoco una respuesta vengativa; de hecho, puede aflorar dicha actitud sin hacerla visible a los demás convirtiéndola en un sano derecho a querer salir de cualquier arena movediza en el que se esté atrapado.

    El coraje puede configurarse en base a la necesidad de derrumbar creencias, códigos, estados de ánimo y un sinfín de mecanismos en los cuales denotamos que nos mantienen atascados y empujados por su inercia. Es entonces cuando un ¨no¨ contiene más coraje que ceder a lo que nos repulsa o detestamos.

    En la dimensión espiritual, el coraje es inevitable. La existencia no hace concesiones, no tiene miramientos ni ¨ojitos derechos¨, y la manera de acceder a su núcleo es saltando al océano de la vida. Su acceso no es un camino de rosas, sino un acantilado al que con asomarnos sentimos el abismo que parece engullirnos. Por ello, el buscador no puede recorrer su senda sin desarrollar coraje, porque forma parte intrínseca de su evolución espiritual. La valentía se echa a un lado, porque esa carcasa visible como una tarjeta de visita, queda quebrada ante la decisión de zambullirse al corazón mismo de la vida, sin paracaídas, sin amortiguadores, tan sólo con una esencia que no tiene con qué protegerse salvo su ser real, y para ello, se requiere mucho coraje.


La existencia nos propone inseguridad; nada es seguro, nada es cien por cien fiable. Y si una de las cualidades más intrínsecas de la vida es la inseguridad, deberemos reunir todo el coraje para poder adentrarnos en el desafío que nos propone. Si no, no hay crecimiento; si no, no hay capacidad de transformación. Todo se vuelve un barrizal que nos va atrapando poco a poco y, el coraje en última instancia, debe resurgir.

    La ausencia de coraje da como resultado un abandono de soberanía en la esencia de la persona. Uno queda al arrastre de la inercia; las riendas nunca son tomadas, las huellas son pisadas por otros. El resurgir del coraje activa un tipo de potencial, crea un anclaje de un yo firme y resolutivo dispuesto a darlo todo cuando la situación lo requiera, sin vacilaciones, sin titubeos, con la sana creencia de que puede darse un paso más.

    Sin coraje uno se convierte en un resultado de contrariedades sin poder remar hacia donde quiere dirigirse. Sin coraje se derrumba las posibilidades, se estrechan los sueños y gana la partida lo que consideramos injusto. Con coraje el ser humano se integra en una interactuación existencial sabiendo tomar el ritmo y ajustándose a su compás.



http://raulsantoscaballero.blogspot.com.ar

lunes, 1 de mayo de 2017

Cualquiera habla y critica, pocos escuchan y entienden




Hablar y criticar es fácil, solo es necesario abrir las compuertas y decir lo que pensamos. Escuchar y entender es mucho más difícil porque implica, ante todo, adoptar una actitud activa que nos permita ponernos en un segundo plano y ser empáticos con la persona que tenemos delante. Para evitar los problemas que esta actitud acarrea en nuestras relaciones interpersonales, basta tener presente la frase de Epicteto: “La naturaleza nos dio dos ojos, dos orejas y una boca para que pudiéramos observar y escuchar el doble de lo que hablamos” 😊

La escucha activa es un don de pocos


Muchas personas se limitan a oír, que no es lo mismo que escuchar. Oyen lo que decimos pero no lo procesan, y luego se limitan a seguir un guión preestablecido en su mente que a veces ni siquiera tiene puntos en contacto con lo que hemos dicho. Estas personas no entienden la comunicación como un acto enriquecedor sino como una batalla a ganar, en la que uno debe tener la razón y el otro, equivocarse.
La escucha activa es otra cosa, implica un esfuerzo mayor, tanto a nivel cognitivo como emocional. La escucha activa significa ir más allá de las palabras para comprender las emociones y los sentimientos que subyacen al discurso.

Implica una actitud activa en la que intentamos ponernos en el lugar del otro, por lo que no criticamos sino que nos ensimismamos en su forma de ser y la experiencia que ha vivido, para poder comprender realmente lo que nos está diciendo.

La escucha activa también significa estar disponibles emocionalmente, plenamente presentes, para poder conectar con nuestro interlocutor. De hecho, no significa simplemente escuchar sino también hacer preguntas que nos ayuden a comprender mejor el mensaje que nos intenta transmitir.

Una pista sutil de que la persona está conectando emocionalmente y mantiene una escucha activa es lo que se conoce como “mirroring”. Se trata de un reflejo automático en el cual, quien escucha repite sin darse cuenta algunos de los gestos y movimientos corporales de quien habla, sobre todo las expresiones del rostro que denotan emociones como el dolor, la alegría, el asco o el miedo.

Cuando criticamos perdemos la oportunidad de crecer


Todos criticamos. La crítica surge de nuestra tendencia a la comparación. Comparamos continuamente las cosas para saber si son mejores o peores, más grandes o más pequeñas, más o menos adecuadas… 

Sin embargo, en las relaciones interpersonales es muy fácil pasar de la comparación a la crítica y asumir el papel de jueces. Todos esos comportamientos, actitudes y formas de pensar que no se ajustan a nuestros valores y expectativas terminan siendo criticados. Porque muchas veces criticamos lo que no comprendemos o nos asusta.

Sin embargo, cuando criticamos perdemos una valiosísima oportunidad de crecer. La crítica es una conclusión, un hecho que damos por cierto. Al contrario, cuando nos ponemos en la piel de los demás se puede producir un cambio sustancial porque salimos de nuestro pequeño “yo” y entramos en otra realidad, que puede ser mucho más rica o simplemente diferente, donde podemos aprender otras cosas.

Por eso, la crítica le hace más daño a quien critica que al que es criticado pues este último puede desembarazarse de las palabras que escuchó, pero quien critica habrá perdido para siempre esa oportunidad para crecer y conectar con otra persona.

Las 3 reglas de oro para criticar menos y ser más empáticos


1. Si te quedas con las palabras, te quedas con la mitad del mensaje. Solo cuando vas más allá de las palabras logras conectar realmente con la persona. Intenta descubrir las emociones que sustentan su discurso y lograrás comprenderle mejor, desde la empatía.

2. Ponte en el lugar del otro, o al menos inténtalo. Si por un momento dejamos de pensar en nosotros, abandonamos nuestras creencias preconcebidas e intentamos ponernos en el lugar del otro, será mucho más difícil que asumamos la actitud de jueces.

3. Todos se equivocan, incluso tú. Trata a los demás como te gustaría que te trataran. Cuando asumimos que todos nos equivocamos en algún momento, podemos ser más comprensivos y adoptar una actitud más tolerante. Piensa en cómo te gustaría que te trataran. ¿Querrías que te juzgaran y criticaran o preferirías una actitud más empática y comprensiva? Recuerda que todo lo que das, lo recibes de vuelta de una u otra manera.


Psicologia/Jennifer Delgado


http://www.rinconpsicologia.com