sábado, 23 de septiembre de 2017

La reserva cognitiva, una capacidad decisiva en la evolución de nuestro cerebro


La reserva cognitiva es un concepto que nace en el contexto de la neuropsicología. Se refiere a la capacidad de las estructuras cerebrales para responder a la pérdida de capacidades cerebrales o a las transformaciones negativas en ese órgano.
Dicho en otras palabras, la reserva cognitiva hace alusión a la capacidad del cerebro para reaccionar funcionalmente ante una enfermedad que lo afecta o ante la vejez o el deterioro. Esta capacidad permite compensar, hasta cierto punto, cualquier daño sufrido.
Un elevada reserva cognitiva consigue en algunos casos que el cerebro vuelva a funcionar con normalidad después de una enfermedad. También mantiene plenamente activo ese funcionamiento, incluso con el deterioro natural por la edad. Como ves, se trata de una capacidad muy importante, que vale la pena cultivar y mantener.
Mientras el cerebro sea un misterio, el universo continuará siendo un misterio”.
                                                                 Santiago Ramón y Cajal

El origen de la reserva cognitiva

La reserva cognitiva comienza a formarse desde el mismo momento en el que empieza a desarrollarse el cerebro dentro del vientre materno. Se sabe que las experiencias de los primeros años de vida son determinantes. Estas definen en gran medida el rumbo que tomará el proceso de desarrollo de la inteligencia.
Hay razones para pensar que el factor genético influye en la formación de una reserva cognitiva. Sin embargo, este aspecto no es definitivo. Existen maneras de estimular el cerebro para aumentar esta capacidad a lo largo de la vida. De hecho, se puede incrementar incluso en un cerebro dañado.
Las actividades intelectuales, lúdicas y deportivas se han mostrado eficaces para aumentar la reserva cognitiva. Particularmente la lectura, los juegos mentales, el aprendizaje de idiomas, el baile, el deporte y toda actividad intelectualmente estimulante ayuda a que se eleve esta capacidad.

Estimular la reserva cognitiva

Cuando se tiene una buena reserva cognitiva, el cerebro es capaz de realizar nuevas conexiones entre las neuronas, para reemplazar aquellas que pudieran estar dañadas o deterioradas. Ese proceso es mucho más fácil para quienes previamente han realizado algunas de estas actividades o tienen alguna de estas características:
  • Mayor nivel cultural. Por nivel cultural se entiende el conjunto de estudios acumulado, la lectura y las actividades de tipo intelectual que se realicen. Un nivel más elevado protege al cerebro del deterioro cognitivo leve, o sea, del que se produce por la edad.
  • Relaciones sociales. Está comprobado que aquellos que cuentan con el apoyo de un buen círculo social, con el que se relacionan de manera frecuente, tienen un 38% menos de posibilidades de sufrir una demencia.
  • Ejercicio físico. Favorece el riego sanguíneo en el cerebro, protege del estrés oxidativo y de otros factores de deterioro asociados a la vejez
  • Ejercicio mental. Es definitivo para incrementar la reserva cognitiva. Incluye actividades como tocar un instrumento musical, realizar pasatiempos intelectuales, etc.
Una dieta saludable también contribuye a mantener la fortaleza en el cerebro. Se debe evitar el consumo de tabaco, alcohol u otros psicoactivos. Las caminatas, los paseos y los viajes también se incluyen dentro de los factores favorables.

Un experimento sorprendente

David Snowdon, doctor en epidemiología y profesor de neurología en la Universidad de Kentucky, llevó a cabo un impresionante estudio en 1986. Tomó como grupo de investigación a un grupo de 678 monjas católicas de los Estados Unidos. Se trataba de un grupo muy uniforme. Comían lo mismo, vivían en el mismo entorno y realizaban actividades similares.
Se realizó un seguimiento de su reserva cognitiva durante 17 años. Durante ese lapso se les realizaron pruebas regulares, de tipo genético, intelectual o psicológico. Todas ellas aceptaron que al morir sus cerebros fueran estudiados para complementar las información del experimento.
Lo más sorprende fue el caso de la Hermana Bernadette. Esta religiosa murió a los 85 años. Su cerebro fue estudiado y se detectó entonces que padecía de la enfermedad de Alzheimer. Sin embargo, nunca durante su vida había mostrado síntomas de padecerla. Los investigadores pudieron concluir que la reserva cognitiva de la religiosa había compensado claramente sus deficiencias.
Los investigadores lograron comprobar también otro dato interesante. Las religiosas con un vocabulario más rico acusaban un menor deterioro cognitivo con el paso de los años. Y ese vocabulario, a su vez, se derivaba de que ellas habían sido buenas lectoras durante la infancia. 
►Este experimento es una de las evidencias más contundentes a favor del ejercicio intelectual, social y físico como formas válidas de retrasar la decadencia natural de nuestras funciones cognitivas.

Edith Sánchez
Imágenes cortesía de Tomasz Alen Kopera
https://lamenteesmaravillosa.com

viernes, 22 de septiembre de 2017

El bienestar emocional

No se puede hablar de bienestar si no hay asimismo bienestar emocional. Somos una serie de planos, y el verdadero bienestar debe darse en estos distintos planos que a su vez deben armonizar los unos con los otros. Los planos o cuerpos son: el orgánico, el energético, el emocional, el mental y el supramental o intuitivo.




La esfera emocional de una persona es muy rica y variada, pero a veces igualmente inmadura o conflictiva. En el sistema emocional encontramos los afectos, las emociones propiamente dichas, las pasiones y el tono afectivo. Se puede hablar, desde luego, de mayor o menor salud emocional, es decir, de mayor o menor equilibrio y armonía. La salud emocional es más plena cuanto más una persona logra desembarazarse de emociones tóxicas (celos, odio, rabia, avidez y tantas otras) y propiciar las emociones y tendencias emocionales sanas.
También se logra mejor salud emocional en la medida en que uno se va realmente conociendo, pudiendo así determinar las reacciones emocionales insanas que hay que ir debilitando o transformando. Desde hace muchos años le he denominado a este trabajo “terapia emocional”, en cuando que uno se torna su propio terapeuta para ir conociendo su esfera emocional, ir afirmando lo mejor de ella y liberándose de lo más insano.
La salud emocional se gana, pues no suele venir por sí misma, salvo en muy pocas personas. Todos los seres humanos, en mayor o menor  medida, acarreamos frustraciones sin digerir, tendencias neuróticas, agujeros  psíquicos, contradicciones o ambivalencias muy hondas, complejos y miedos. Se requiere un serio trabajo sobre uno mismo para poder lograr que la vida emocional se reoriente armónicamente  y puedan superarse muchas trabas.
Esta “terapia emocional” requiere la observación y examen de uno mismo, la práctica asidua de la meditación, el empeño por tallar lazos afectivos más sanos, el mejorar la relación con uno mismo y con los demás, y el cultivo de la lucidez y la compasión. 
►De acuerdo a como uno se sienta, así se relacionará con los demás. 
Si la persona se ha ido liberando de miedo, narcisimos o actitudes egocéntricas, autodefensas y susceptibilidad, estará más capacitada para asumirse mejor a sí misma y aceptar a los demás. Así como uno se siente, así se relaciona.
El yoga y la meditación son excepcionales medicinas para el sistema emocional, ayudando a afirmar las emociones sanas y a debilitar las insanas.

Ramiro Calle
http://www.yogaenred.com

jueves, 21 de septiembre de 2017

Cómo funciona el cerebro en cada estación


Un estudio demuestra que la mente tiene una forma de actuar y de pensar según la época del año. El funcionamiento del cerebro en verano no es igual que en invierno, primavera u otoño. Ciertas áreas cambian en base a la temperatura o los fenómenos meteorológicos.
Hasta el momento se sabía que las estaciones podían influir en nuestros sentimientos o incluso en nuestros hábitos. Pero también puede afectar la manera en que pensamos o tomamos decisiones. Incluso eso no es todo: el grado de dificultad de algunos problemas varía dependiendo de si nos encontramos en los meses en los que las hojas se caen o en los meses en los que el campo se puebla de flores.

¿El cerebro conoce de estaciones?

La investigación fue publicada en la revista PNAS y se basa en los datos recopilados por un neurocientífico de la Universidad belga de Lieja. Un grupo de voluntarios se sometió a un escaneo de sus cerebros mientras resolvían diversas pruebas de memoria y atención.
Se repitió el ejercicio en las demás estaciones y para que otros factores no les influyeran, como las horas de sueño o el tipo de alimentación debían permanecer en las instalaciones del laboratorio durante 4 días. Este procedimiento nos da una idea de la seriedad del estudio y del interés del los investigadores por tratar de aislar el efecto de la variable que querían analizar: la época del año.
Si bien las calificaciones de los exámenes o pruebas no variaron entre las estaciones, si encontraron que lo hacía la actividad de ciertas áreas cerebrales. ¿Cuáles? Las que se encargan de resolver ciertas tareas. ¿Qué sucedía con ellas? Solucionaban los problemas de una manera diferente.
Por ejemplo, si era verano se producía un pico de actividad superior en la parte de nuestro cerebro que se encarga de regular la atención. En el otoño la mayor activación se producía en los circuitos cerebrales relacionados con la memoria.
Los científicos quisieron saber si esos cambios en los patrones del cerebro estaban relacionados a las hormonas (por citar una, la melatonina que regula el sueño), las horas de descanso o al estado de alerta. Pero nada de ello sucedía. Tampoco se debía a alteraciones endocrinas.

¿Por qué el cerebro funciona diferente en cada estación?

Los estudios indicaron que el clima, la temperatura o la época del año condicionan el funcionamiento de nuestro cerebro. Todos estos fenómenos regulan la actividad cerebral pero hay uno que es el más importante: la duración del día y la cantidad de luz recibida.
Es decir, en verano podemos tener más activada la zona de atención sostenida por el “simple” hecho de que el sol está con nosotros una mayor cantidad de horas en comparación con el invierno. Eso no quiere decir, por ejemplo, que las personas que viven en países donde los días son cortos (como Noruega, Finlandia, Suecia, etc.) sean menos capaces, pero sí que las diferencias de horas de sol influyan en nuestro patrón de actividad cerebral.
También podemos destacar otras causas de los cambios a nivel mental: la temperatura, la interacción social, la humedad y la actividad física. Claro que todo está relacionado a las épocas del año. Cuando hace frío no solemos juntarnos con nuestros seres queridos, cuando llueve no salimos a hacer ejercicio, cuando las temperaturas son elevadas pasamos más tiempo al aire libre, etc.
Entonces nuestros cerebros trabajan de diferentes maneras según la estación y lo hacen para adaptarse al medio que nos rodea y a sus características, incluido el clima. Esto significa que la mente hace lo posible para que nuestro rendimiento sea óptimo, sin importar la época en que nos encontremos.

¿Por qué el cerebro funciona así?

La evolución mental aún no tiene todas las respuestas a las preguntas que la ciencia se formula. Si pensamos en lo que sucedía en el pasado para comprender la forma en que el cerebro funciona en la actualidad, podemos -por ejemplo- analizar las actividades humanas en relación a los cambios de estación.
Nuestros antepasados lejanos dependían más del clima que nosotros. Al no tener la tecnología o los medios para afrontar las condiciones climáticas, las estrategias que tenían que utilizar para cubrir sus necesidades variaban más. Dicho de otra manera, tenían que compensar la ausencia de tecnología con su capacidad para adaptarse a la variación del entorno.
Tal vez por esta razón el cerebro está “programado” para trabajar menos en el invierno, ya que antes los recursos en esta estación eran menores y las personas se pasaban más tiempo reunidas, comunicándose y a cubierto. En este caso, el papel de la memoria y de las buenas historias era fundamental.
Así, podemos decir que determinadas características fisiológicas varían en función del mes, por ello hay más propensión a quedar embarazada, a renunciar al trabajo o a hacer deporte en determinadas épocas del año. A su vez el apetito, la presión sanguínea y el sueño se ven modificados si estamos en verano, en primavera, en invierno o en otoño.
Analiza tus comportamientos, tus rendimientos y tu humor en cada momento del año y compáralos con la época. Te darás cuenta de la relación entre el clima y tus actitudes o tu eficacia. No es descabellado pensar que el buen o mal tiempo pueden determinar o modificar nuestra manera de actuar.

Psicología/Yamila Papa
https://lamenteesmaravillosa.com