viernes, 23 de marzo de 2018

Gratitud


Sentir gratitud no significa ignorar las dificultades. Significa que además de fijarte en los problemas puedes también detenerte a observar lo bueno. Esto te hará sentir con apoyo y podrás afrontar de mejor modo las circunstancias adversas.
Repara en los regalos del mundo: las estrellas, los animales, el color del cielo, las flores. Repara en todo lo que se ha escrito, en todo el arte y la ciencia que está ahí para que te acerques a disfrutarla.  
Reconoce a  las personas que te han amado e incluso a las que al dejar de quererte te ofrecieron un aprendizaje. Acepta todo eso gratuito que has recibido en tu vida.
Reconoce la benevolencia que la vida ha tenido contigo. Date cuenta de todas las cosas buenas que tienes. Y agradece. Sabrás cuan afortunado has sido cuando lo hagas.
Mientras más seas capaz de reconocer y de agradecer, te sentirás más en paz y con capacidad para dar más. Y eso te ubicará en una espiral positiva de conciencia y abundancia.
Por cierto; gracias por leerme.

Rocío Arocha
https://rocioarocha.com

jueves, 22 de marzo de 2018

Analfabetismo emocional: cuando a nuestro cerebro le falta corazón

Son muchas las personas que sufren analfabetismo emocional. Son hábiles en el dominio de múltiples competencias, disponen de un sinfín de títulos y maestrías, pero hacen la misma gestión emocional que un niño de tres años. Ese aprendizaje no viene de fábrica y es lo queramos o no, una asignatura pendiente a la que deberíamos dedicar más recursos…
La mayoría de nosotros sabemos cuáles son los principios de una buena salud física, a saber: una alimentación equilibrada y lo más natural posible, algo de ejercicio, dormir cada noche entre 7 y 9 horas y realizarnos revisiones médicas periódicas para asegurarnos que todo va bien.

“Cuando escuchas con empatía a otra persona, le das a esa persona aire psicológico”.
-Stephen R. Covey-
 
Sin embargo, si hay algo que descuidamos casi de forma alarmante es eso que se contiene entre nuestros oídos: el cerebro. Ahora bien, no nos referimos a ese conjunto de células nerviosas, estructuras y circunvoluciones. Hay que centrar la atención en los indicadores de nuestra salud emocional, es decir, en esa capacidad para sentir la vida y nuestras relaciones, en el estado de esa facultad para entender, controlar y modificar estados anímicos propios y ajenos…
El ser humano es mucho más que una serie de competencias lingüísticas, matemáticas o tecnológicas. Somos, por encima de todo, seres sociales y emocionales, dimensiones estas que quedan a menudo descuidadas, y hasta infravaloradas en las instituciones educativas. Porque, admitámoslo, de poco nos va a servir saber resolver una ecuación de segundo grado si somos incapaces, por ejemplo, de comunicarnos con eficacia y de empatizar con aquellos que nos rodean.

 

¿Qué es el analfabetismo emocional?

Sabemos que el término “analfabetismo” tiene una connotación negativa. Sin embargo, no podemos llamar de otro modo a una realidad psicosocial más que evidente. Pongamos un ejemplo, en la actualidad se habla mucho de la figura de los líderes transformadores. De personas capaces de dinamizar una organización gracias a su buen manejo de la inteligencia emocional, de la motivación, de su don para producir impacto en los demás y crear entornos donde las personas pueden hacer uso de su creatividad.
En ocasiones se venden ideas que en la realidad, brillan por su ausencia. Así, es bastante común encontrarnos con directivos o líderes empresariales incapaces, no solo de infundir inspiración a los demás, sino con una nula capacidad para controlar sus emociones, su frustración, su enfado… Son como niños de 3 años enfadados por no obtener aquello que desean, situados por completo en ese pensamiento egocéntrico definido por Piaget en su momento.
Veamos no obstante, qué dimensiones caracterizan el analfabetismo emocional.
  • Incapacidad para entender y manejar las propias emociones.
  • Dificultad para comprender las de los demás.
  • Esa falta de autoconciencia emocional los sitúa a menudo en terrenos muy sensibles. Reaccionan de forma desmedida ante cualquier problema, se sienten agobiados y superados ante cualquier dificultad, sea pequeña o grande.
  • No empatizan, son incapaces de situarse en la mirada ajena, de comprender realidades diferentes a la suya.
  • Sus habilidades sociales son muy rígidas y aunque en ocasiones pueden desenvolverse, les falta sensibilidad, asertividad y esa cercanía auténtica con la que crear lazos significativos y no solo relaciones motivadas por el interés personal.
  • Por otro lado, los costes del analfabetismo emocional pueden ser enormes: pensamiento polarizado, represión, racismo o sexismo, narcisismo, necesidad obsesiva por tener la razón…
churchill deseando perder las formas junto a su perro negro
Asimismo, hay un dato no menos importante que conviene recordar. El analfabatismo emocional, es decir, esa falta de recursos psicológicos y mecanismos emocionales con los que manejar mejor dimensiones como la tristeza, la rabia, el miedo o la decepción, nos hace a su vez mucho más vulnerables a una serie de trastornos mentales.
Así, condiciones como la depresión o los estados de ansiedad crónica son muy comunes en perfiles con poca o nula habilidad para gestionar mejor esos estados internos.

La importancia de educar en Inteligencia Emocional

Sabemos que es ya como un eslogan: “hay que educar en Inteligencia Emocional”, debemos entrenarnos en estas habilidades, ser más aptos en materia de emociones. Lo hemos oído hasta la saciedad, hemos leído libros, hemos hecho cursos y decimos que sí con la cabeza cada vez que se nos recuerda la importancia de tener una mayor competencia en esta habilidad.
Sin embargo, las lagunas siguen existiendo. Así, y aunque en algunos currículums educativos de ciertas escuelas ya aparece este objetivo, no podemos pasar por alto algo igual o más importante. Antes de que maestros y profesores entrenen a los niños en el dominio de sus pensamientos y emociones, también ellos deberían ser entrenados previamente.



A menudo, nosotros mismos llegamos a nuestra etapa adulta con un mundo de inseguridades. También nosotros nos levantamos cada día conscientes de que nos faltan herramientas para dominar nuestras emociones, así como ciertas habilidades para encarar mejor la adversidad. De este modo, si no empezamos en primer lugar por nosotros mismos haciendo autoconciencia de nuestro analfabetismo emocional, difícilmente tendremos ese talento para motivar a los más pequeños, para entrenarlos en empatía, asertividad o en habilidades sociales…
Niño jugando con su hermana
Una buena “alfabetización emocional” nos dota de grandes beneficios. Así, algo que aprenderemos en primer lugar es que cada emoción tiene su espacio y su utilidad, que diferenciar entre emociones “negativas” y “positivas” no siempre es acertado, porque en realidad, esos estados que a menudo tanto evitamos sentir como es la tristeza o la decepción, tienen sus espacios de conocimiento, su utilidad y su valioso significado.
De las emociones por tanto no se huye, se encaran para saber qué quieren decirnos. Es un modo sensacional de autoconocimiento que nos dota de fortalezas, que ofrece a nuestra mirada un prisma más amplio… a la vez que flexible. Por tanto, no apartemos o despreciemos la necesidad de estar “al día” en materia de emociones. Atendamos a esos mundos interiores donde saber reconocer, expresar, gestionar y transformar esos sentimientos para que fluyan siempre a nuestro favor y no en nuestra contra…

El misterio de las emociones


El interés por desentrañar el misterio de las emociones se remonta a los mismos inicios de la civilización humana. Bien o mal gestionadas, las emociones son hijas de la vida y no pocas veces, según Vincent Van Gogh, “capitanean nuestra existencia y las obedecemos sin siquiera darnos cuenta”.
Su lado más oscuro da la cara, precisamente, cuando las obedecemos así y nos dejamos arrastrar por la inmensa energía que generan. Dios nos crea con emociones, pero de nosotros depende gestionarlas, manejarlas con sabiduría y guiar la fuerza que desencadenan a favor de lo más positivo y hermoso que anhelamos en la vida.
Las emociones influyen sobre los tres componentes que definen la existencia del ser humano: el corporal, el mental y el espiritual. El nivel de paz interior y bienestar depende mucho del control que ejercemos sobre ellas. Cuando nos dominan, desatan reacciones químicas en el cuerpo que dañan tanto la salud física como la mental. En el plano espiritual, las más complejas —ira, miedo, odio— dejan huellas que tienden a enrarecer la felicidad.
Dice el Dalai Lama que “las emociones son estados mentales y el único método para manejarlas debe venir desde adentro”. “Ellas nacen por influencias externas, pero, después de que están adentro, depende de uno mismo impulsarlas a favor de los intereses propios o sufrirlas y dejar que nos dominen”.
Los seres humanos estamos diseñados para crearlas, aprovecharlas o padecerlas, pero nunca para evitarlas. Esto justifica, por supuesto, el eterno interés del hombre por desentrañar sus secretos. En mi libro “El analfabeto emocional”, me adentro en el mundo de las emociones e intento revelar sus características y las consecuencias negativas que provocan cuando se nos escapan de las manos.
Resalto la importancia de educarnos emocionalmente, para detectar a tiempo la llegada de una emoción e identificarla. También de contar con la habilidad de gerenciarla y dirigir todo su ímpetu a favor de nuestros propósitos. Dejarse conducir por el primer impulso, nada tiene de provechoso. Es síntoma de un analfabetismo emocional que nos hace vulnerables, en medio de esta realidad rigurosa, a veces atolondrada, que nos toca vivir. De nuevo te invito a la reflexión.
Ismael Cala
https://ismaelcala.com