lunes, 2 de abril de 2018

19 HÁBITOS MENTALES Y EMOCIONALES QUE NECESITAS DEJAR IR PARA ENCONTRAR LA PAZ

SOMOS LOS ARTÍFICES DE NUESTRA PAZ O DE NUESTRO SUFRIMIENTO: ¿QUÉ VAS A ELEGIR PARA TU VIDA?



John Milton, el poeta romántico inglés, escribió en su poema Paradise Lost que “la mente es su propio lugar: puede hacer del cielo un infierno o del infierno un cielo”. Esta idea la podemos encontrar también en distintas tradiciones espirituales y religiosas e incluso, para quienes son escépticos de estos acercamientos, en disciplinas como la psicología o la neurociencia, campos en los que se ha comprobado que la mente es capaz de enfermar a una persona o de fortalecerla. 

Así de poderosa es nuestra conciencia.

En este sentido, la fórmula de la tranquilidad mental no es muy enigmática que digamos. Por siglos se han sugerido ciertos caminos que el ser humano puede seguir si quiere vivir en paz consigo mismo y con lo que le rodea. Las indicaciones están ahí, pero a veces somos nosotros quienes no queremos escucharlas o no estamos listos para seguirlas.
Compartimos a continuación una lista de 19 hábitos que suelen impedir a una persona alcanzar dicha serenidad de mente. Nuestra intención no es señalar para juzgar sino sólo mostrar y, en todo caso, invitar a la reflexión sobre estos puntos. Para recuperar la palabra de otro poeta recordemos a Walt Whitman, que en Canto a mí mismo dijo: “Nadie más puede recorrer este camino. Tienes que recorrerlo por ti mismo”.

1. La necesidad de tener razón
¿Qué más te da tener o no tener razón? ¿Qué pasa si te equivocas? ¿Qué en ti se siente menguado o herido si sientes que no estás en lo correcto, que no sabes o que alguien sabe más que tú o es más hábil que tú? Atiende eso tuyo que se incomoda cuando no tienes razón para que, eventualmente, eso deje de importarte tanto como te importa ahora.

2. La necesidad de tener el control
La vida es azarosa, impredecible… y eso no te gusta, ¿no? ¿O pasa que estás habituado a ser el centro de atención y que sea hacia ti donde todas las miradas convergen? ¿Pero no es eso sumamente angustiante? ¿No te genera demasiada ansiedad querer siempre controlarlo todo? ¿Sigues estando dispuesto/a a pagar ese precio emocional? ¿Qué es lo peor que puede pasar si sueltas ese control? ¿Y si lo reduces sólo a aquello que sí puedes tener a la vista: tú mismo/a, tus propias emociones, tus reacciones, tus decisiones… y nada más?

3. La necesidad de culpar 
Culpar a otros de ciertas situaciones sólo evita que te hagas responsable de eso en tu vida sobre lo cual necesitas tomar las riendas.

4. El discurso autodestructivo
Hay personas que han pasado su vida creyendo que son “menos”: menos valientes, menos inteligentes, menos arriesgadas, menos hermosas, menos hábiles, etc. ¿Pero qué tanto es así y qué tanto son palabras que escucharon una y otra vez hasta que terminaron por aceptarlas como verdad inmutable? ¿Y si cuestionas eso que te dijeron que eras y te atreves a ser de otra manera?

5. Las creencias limitantes
De manera parecida, hay quien nunca se atreve a explorar los límites de su visión del mundo porque aprendió a temer dicha curiosidad. Sin embargo, nunca serás capaz de saber de qué eres capaz si antes no lo intentas. Nunca podrás salir de un lugar si antes no te atreves a dar los primeros pasos.

6. La idea de verdad
La verdad no existe: existen interpretaciones subjetivas y colectivas de hechos que aprendemos a codificar como “verdad”. Si te das cuenta de esto, verás con mayor flexibilidad la vida. Eso que tú crees cierto puede ser radicalmente inaceptable para otros, y viceversa. Además, cada persona forja su idea de verdad a partir de sus propias experiencias, lo cual hace todavía más complejo poder decir que algo es verdad. Comprender y escuchar es mucho menos desgastante que intentar imponer una verdad.

7. La necesidad de quejarse
Hay personas que no pueden vivir sin quejarse, y aunque esto puede considerarse necesario (pues hay mucho en nuestro mundo que se necesita mejorar y sanar), cuando la queja se convierte en hábito estéril es más dañina que útil: hace a las personas infelices, envicia el entorno y deja al mundo tal y como estaba antes de la queja. Si algo no te gusta o te molesta, haz lo necesario para cambiarlo. Si no está a tu alcance, piensa: ¿hay algo que podrías hacer, por ti mismo/a o con ayuda de otros, para transformar esas condiciones?

8. La necesidad de criticarlo todo
Como en el punto anterior, la crítica, cuando se excede, también puede envenenar la mente. Criticar constantemente hace que vivas en un mundo de insatisfacción permanente, donde nada es nunca de tu agrado. ¿Así es como quieres vivir?

9. La culpa 
Por la cultura en la que crecemos a veces nos acostumbramos a sentir culpa cada vez que disfrutamos de algo, que sentimos placer, que exploramos “lo prohibido” o simplemente que nos damos gusto. ¿Pero de qué sirve la culpa? ¿No es cierto que nada más es una tortura inútil que se impone a nuestra capacidad de disfrutar? ¿Imaginas una vida sin culpa?

10. La necesidad de validación externa
¿Haces lo que haces por ti o porque esperas el aplauso de los demás? ¿Actúas teniendo siempre en mente el juicio de los otros sobre tus decisiones y tus conductas? ¿A quién intentas impresionar? Si dejas de vivir para los demás y comienzas a vivir para encontrar tu propia plenitud, tu vida adquirirá otro rumbo, mucho más tranquilo y satisfactorio.

11. La resistencia al cambio
La vida está en cambio permanente. Esa es su naturaleza. Y resistirse a ello sólo da origen al sufrimiento, el dolor, la tensión, y todo para nada, pues al final la vida misma termina por encontrar su cauce, a pesar de nuestras oposiciones. En vez de querer combatir el cambio, aprende a navegarlo.

12. El dolor
Hay dolores que es necesario dejar ir si buscas traer paz a tu mente. A veces el dolor puede ser adictivo. A veces aprendemos a vivir en el dolor y después olvidamos cómo salir de ese medio. También puede pasar que creamos que el dolor es la única forma de honrar la memoria de un afecto –un padre o una madre perdidos, un hijo quizá, un amante–, y que dejar ese dolor será dejar también eso que amamos. Y aunque cada persona tiene su propia manera de atravesar un duelo, si al final quiere salir de esa tortura, deberá aprender a dejar el dolor y continuar con su propia vida, acaso encontrando otras formas de tener vivo ese afecto.

13. Las “etiquetas” que recibiste
Ciertos individuos nunca hacen ejercicio porque crecieron bajo la idea de que no son “personas de deportes”. O nunca abren un libro porque creen que eso es de “intelectuales” y ellos nunca han tenido “cabeza” para eso. Y así con todo. El amor, el saber, la comida, los entretenimientos, etc. Pensar que somos o no somos de tal o cual modo es sólo una etiqueta que recibimos en algún momento de nuestra vida, cuando no teníamos mucha oportunidad de elegir. Pero si de por sí es lamentable limitar a la gente, más aún lo es limitarnos a nosotros mismos dando esos límites por verdaderos.

14. El miedo
El miedo es una de las barreras más poderosas de la mente, pero también una de las más ilusorias. Sus raíces pueden parecer sólidas y profundas, pero a veces basta un examen atento para descubrir que es sencillo arrancarlas, y a veces basta con atrevernos a hacer eso que tanto tememos para darnos cuenta de que el miedo era como una sombra a la que bastaba echar luz para que desapareciera. Conoce tu miedo, explóralo, pregúntate sobre su origen, piensa en la posibilidad de actuar de otra manera.

15. Los pretextos
¿Qué tanto los obstáculos que te impiden continuar surgen de ti mismo/a? La procrastinación, el miedo, las críticas innecesarias, todo ello son pretextos que surgen de tu mente y te impiden avanzar. ¿Por qué sientes que necesitas crear una excusa para no hacer lo que realmente quieres?

16. El pasado
Todos tenemos una relación singular con nuestro pasado. En muchos casos, hay experiencias, situaciones y recuerdos que atesoramos con cariño o, a veces, con una cierta fidelidad engañosa. Cuando es así, puede ocurrir que nos cueste y aun nos duela dejar el pasado: aquello que vivimos con nuestra familia, con una relación amorosa, acaso incluso en una ciudad o alrededor de ciertas personas. Sin embargo, si deseas vivir realmente tu vida, llegará el momento en que necesites soltar el pasado, pues incluso desde su propio nombre está en contradicción con el tiempo presente, con el aquí y el ahora. Si vives añorando lo que fue, difícilmente podrás disfrutar lo que es o aprovechar las circunstancias que te presenta la vida.

17. El rencor
Nunca tendrás paz si vives torturando tu alma con resentimiento. A nadie le es útil ese veneno, y mucho menos a ti. ¿Alguien te lastimó? ¿Qué necesitas para dejar atrás ese dolor? ¿Reclamar justicia? ¿Perdonar? ¿Arreglar cuentas? ¿Pasar por un duelo? Como ves, las opciones son diversas. Reflexionar sobre las cualidades de tu resentimiento puede ser el primer paso para sanar esa herida.

18. Los apegos
En el budismo se dice que el apego es el origen del sufrimiento. Si bien esta idea merece explorarse por cuenta propia y con mayor detenimiento, por el momento basta decir que el apego suele ser una resistencia frente al flujo natural de la vida, sus cambios, su azar y su contingencia. Vivir apegados a ideas, hábitos de pensamiento y de conducta e incluso lugares o personas puede impedir que recibamos de lleno la existencia, en todas sus posibilidades y toda su riqueza.

19. Las expectativas
No esperes nada de nadie. Ni de la vida, ni de los demás e incluso ni siquiera de ti mismo. A cambio, ¡vive! Abandonar las expectativas te permitirá dejarte sorprender por la existencia, conocerte mejor a ti mismo y vivir las relaciones con los otros en naturalidad y armonía, sin ningún tipo de niebla que ensombrezca la relación. 

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domingo, 1 de abril de 2018

Tener esta habilidad es signo de la inteligencia más alta

Esta probablemente sea la inteligencia más alta, superior a lo que reflejan los examenes de IQ: una inteligencia holística y emocional, capaz de percibir la realidad y fluir 

El escritor F. Scott Fitzgerald, uno de los más grandes novelistas del siglo XX en lengua inglesa, dijo famosamente que: "la prueba de una inteligencia de primer orden es la habilidad de sostener ideas opuestas en la mente al mismo tiempo y aun así mantener la habilidad de funcionar". En otras palabras, ser capaces de residir en la paradoja, en la ambivalencia, en la ambiguedad. Ir más allá de la lógica aristotélica de que algo es una cosa y por lo tanto no puede ser otra, es esto y por lo tanto no puede ser otra. Una mente que está libre de la polarización, del maniqueísmo, del fundamentalismo, de ver el mundo como blanco y negro o bueno y malo sin toda la riqueza de tonos intermedios. Esta capacidad, por otro lado, tiene que ver con la percepción o el entendimiento de la realidad, la cual es más compleja y ambivalente y no tiene un único significado, sino que es una construcción interdependiente. Esto fue bien descrito por Robert Anton Wilson:

Todos los fenómenos son reales en algún sentido, irreales en algún sentido,  sin sentido y reales  en algún sentido, sin sentido e irreales en algún sentido y sin sentido reales e irreales en algún sentido…

O como dijera Nagarjuna, el padre de la teoría de que las cosas no tienen existencia independiente en el budismo o que están vacías, concepto central del budismo mahayana:
En la verdadera naturaleza no hay ni permanencia ni impermanencia.
Ni ser ni no-ser, ni limpio ni no-limpio.
Ni felicidad ni sufrimiento.
Así los cuatro puntos de vista equivocados no existen.

O el sublime sendero de la más alta inteligencia del tao, que es un camino y sin embargo es un camino que no puede caminarse:
El camino que puede ser recorrido no es el eterno camino.
El nombre que puede ser nombrado no es el eterno nombre.

Llegamos a un sitio más allá de la lógica y de la dualidad. Y es que de hecho la realidad no tiene una definición única, ni las cosas existen por sí solas, y por lo tanto tienen múltiples valores y posibilidades. La física cuántica ha demostrado que la luz es onda y partícula (existe en superposición); las cosas existen y no existen a la vez. Ser y no ser, esa es la cuestión. Esto es muy difícil de entender y de contemplar (incluso de jugar con), ya que la mente busca seguridad, busca identificarse con algo (lo cual le da seguridad), busca definir las cosas para defenderse de la incertidumbre, pero, a la vez, entenderlo, o al menos darle el beneficio de la duda es altamente liberador, puesto que así no limitamos nuestro potencial y las posibilidades de la existencia. Así podemos acercarnos al misterio y desencadenar la creatividad. Sí, la ambigüedad nos puede producir una sensación de vértigo y de vacío, pero por otro lado es la verdadera sal de la existencia. Como dijo el filósofo budista Nagarjuna: "ya que todo está vacío, todo puede ser". Todo puede suceder, el mundo está abierto, fresco, vibrante; las cosas no están dadas, sino que tenemos que descubrirlas por nosotros mismos y aventurarnos a lo desconocido. Y de hecho es más interesante y estimulante que así lo sea, hay mucha más energía en existir de esta manera tan abierta e indefinida. Quien no se angustia por esto accede a la energía del caos, a la energía primordial que aún no toma forma.

Esto no sólo tiene una aplicación filosófica; también, en un sentido psicológico de utilidad mundana, poder sostener visiones contrastantes sin identificarse con una única visión es algo muy valioso. Por una parte, evita el fundamentalismo y nos permite el diálogo y la apertura a otras ideas. Una forma simplificada de los beneficios de esto puede atisbarse en el famoso experimento de los malvaviscos de la Universidad de Stanford en los años 70. Niños de 3 años fueron presentados con un malvavisco y una proposición. El investigador les presentaba la posibilidad de no comerse el malvavisco y en 15 minutos les daría dos o más, pero tenían que aguantar. Si el niño se comía el malvavisco, ya no habría más. Lo notable de esto es que, cuando los investigadores siguieron al grupo del experimento años después, notaron que aquellos que habían podido esperar en la habitación sin comerse el malvavisco mostraron tener mejores resultados en pruebas psicométricas, niveles de satisfacción, salud y demás.
Para un niño, este experimento básico representa sostener en la mente dos ideas en conflicto y una sensación de ambigüedad: el pensamiento "Quiero comerme el malvavisco" y "Si no me como el malvavisco, luego tendré más". Hay una cierta resiliencia, a la vez que una capacidad de ver más allá de lo inmediato. Contempla,, por ejemplo estas dos ideas: "Puedo morir en cualquier momento. La muerte es inevitable" y "La vida es maravillosa. Amo la vida". Aparentemente estas ideas se oponen, pero sostenerlas al mismo tiempo puede ser lo más provechoso.
En el adulto, generalmente este tipo de ocasiones se presentan en momentos en los que no tenemos certidumbre de lo que va suceder y en los cuales hay posibilidades que entran en conflicto sobre un desenlace. En estos momentos podemos ser presa de angustia, parálisis o falta de motivación y colapsar y bajar nuestra eficiencia, o podemos mantener la calma, seguir haciendo lo que nos compete o considerar un camino medio entre los posibles desenlaces. El signo de inteligencia --que es el poder estar a gusto con la ambigüedad y la ambivalencia-- es justamente no caer en los extremos, no apresurarse a definir y etiquetar, tener paciencia y contemplar las cosas sin proyectarles el deseo --que viene del miedo y la ansiedad-- de cierre, de que se revelen como algo definido y concluyente. Esta inteligencia es, a fin de cuentas, la capacidad de jugar con la naturaleza vacía de los fenómenos, esto es, con su potencial sin límites. 

Visto en: PijamaSurf

Síndrome de Procusto, o por qué se desprecia al que sobresale


Algunas personas, debido a su inseguridad o simplemente porque carecen de las competencias necesarias, intentan opacar a quienes les pueden superar. No soportan que alguien brille más, piensan que les hacen sombra e intentan apagar su luz. Estas personas no avanzan, pero tampoco dejan avanzar a los demás. Este fenómeno se ha bautizado como Síndrome de Procusto, y puede apreciarse en todos los contextos en los que nos desenvolvemos, desde el plano personal hasta el profesional.

El mito de Procusto


La mitología griega cuenta que Procusto, hijo de Poseidón, era un hombre de estatura y fuerza descomunal, que vivía en las colinas de Ática, donde ofrecía posada a los viajeros solitarios. Cuando el viajero dormía, Procusto lo amordazaba y ataba a las cuatro esquinas de una cama de hierro. Si el cuerpo de la víctima era muy grande, serraba las partes que sobresalían de la cama, ya fueran los pies, o la cabeza. 

Al contrario, si la víctima era más pequeña, la descoyuntaba a martillazos para estirar el cuerpo. También se afirma que nadie coincidía jamás con el tamaño de la cama porque Procusto poseía dos lechos, uno exageradamente largo y otro excesivamente corto.

Aquella macabra tradición continuó hasta que Teseo invirtió el juego y retó a Procusto a comprobar si su propio cuerpo encajaba con el tamaño de la cama. Cuando el posadero se acostó, Teseo lo amordazó y ató a la cama. Entonces le dio a probar su propia medicina.

En la actualidad se recurre a este mito para hacer referencia a las personas que intentan deshacerse o menospreciar a todos los que consideran mejores que ellos. Procusto les cortaba la cabeza, pero estas personas recurren al boicot, la humillación o las zancadillas para que los demás no se conviertan en una amenaza. En práctica, en vez de esforzarse por mejorar y desarrollar más sus capacidades, deciden limitar las capacidades de los demás.

El Síndrome de Procusto es una autocondena a la mediocridad

La persona que sufre el Síndrome de Procusto comienza a vivir en el mundo que construye en su mente, en un universo paralelo que la lleva a desconectarse un poco de la realidad. De hecho, realizan atribuciones irracionales basándose únicamente en sus ideas de cómo debe ser la realidad. 

Por otra parte, su tendencia a compararse continuamente con los demás les conduce a pensar que, si los otros son brillantes, significa que ellos no lo son. No pueden concebir que alguien brille más que ellos, por lo que en lugar de esforzarse por crecer como personas y ampliar sus horizontes, tratan de limitar las de los otros. Piensan que así todos terminarán siendo iguales. 

Sin duda, vivir de esta manera resulta agotador. De hecho, no es extraño que estas personas terminen desarrollando trastornos psicológicos ya que, en el fondo, muestran un comportamiento profundamente desadaptativo.

Sin embargo, lo más curioso es que convertirse en el personaje mitológico significa justamente condenarse a lo que se pretende evitar: la mediocridad. La persona que destina sus recursos a poner zancadillas a los demás para disminuir su nivel, en realidad no crece sino que se resigna a su mediocridad. 

¿Cómo detectar a la persona que padece el Síndrome de Procusto?


- Asumen una actitud prepotente para esconder su inseguridad y sentimiento de inferioridad. Aunque no lo reconocen, estas personas experimentan un gran sentimiento de inferioridad, razón por la cual se sienten amenazados por alguien que pueda superarlos. El miedo a perder su posición es lo que les impulsa a ponerle zancadillas a los demás. Sin embargo, ese temor e inseguridad suele manifestarse como prepotencia ya que en realidad desean enmascarar sus deficiencias. 

- Reaccionan poniéndose a la defensiva. Para quien padece el Síndrome de Procusto, cualquier persona puede convertirse en el enemigo. Por eso, suelen reaccionar a cualquier comentario poniéndose a la defensiva y atacando para intentar adelantar a su rival y contener la amenaza percibida.

- Deforman la realidad a su antojo. El término “cama de Procusto” también se utiliza para referirse a una falacia en la que suelen caer estas personas: deforman los hechos de la realidad para que se adapten a sus ideas. En práctica, en vez de aceptar los datos, los manipulan a su antojo para que se correspondan con su imagen de la realidad.

- Son intolerantes. En la base del Síndrome de Procusto se encuentra una escasa tolerancia a las diferencias. No asumen que todos somos únicos y tenemos competencias diversas en distintas áreas. 

- Acaparan tareasAlgunas de estas personas desean tanto sobresalir, que terminan acaparando tareas, con el objetivo de que los demás noten su “increíble” capacidad de trabajo. También se molestarán si le asignan tareas a los demás ya que lo interpretan como un ataque personal. 

- Desarrollan una gran resistencia al cambio. Todos tenemos cierta resistencia al cambio, pero las personas con Síndrome de Procusto son aún más resistentes ya que temen no poder adaptarse y brillar con las transformaciones. Todo aquello que las saque de su zona de confort genera rechazo y miedo.

- Emiten juicios en forma de verdades absolutas. Para estas personas, las únicas ideas válidas son las suyas, todas las demás no tienen cabida, por lo que suele ser muy difícil relacionarse con ellas en el día a día. El problema es que normalmente sus ideas responden a estándares arbitrarios e intentan forzar a los demás para que los sigan al pie de la letra. Así logran la uniformidad que desean, sobresaliendo ellos mismos de esa norma.

¿Cómo lidiar con estas situaciones?


No es fácil convivir con alguien que se comporta como Procusto. Esta persona se verá obligada a vivir permanentemente con la guardia en alto, a la espera del próximo ataque, la nueva humillación o el castigo ejemplarizante. Ser pisoteados continuamente puede hacer que la persona reaccione de dos maneras: o se resigna a la humillación y poco a poco se va empequeñeciendo, oscureciendo toda la luz que hay en sí; o va acumulando un gran resentimiento y odio. Ninguna de las dos situaciones es positiva.

Si detectamos que alguien de nuestro entorno cercano se comporta como el personaje mitológico, lo más conveniente es desbaratar su estrategia de juego sin perder la calma. Debemos ser conscientes de que en algunos casos no podremos cambiar su forma de ser y pensar, pero podemos impedir que sus ataques nos afecten.

La mejor manera de hacerlo es recurriendo a datos incontrastables de la realidad, pero sin caer en comparaciones innecesarias. La idea a transmitir es que todos somos diferentes y tenemos distintos niveles de capacidades, lo cual no significa que seamos mejores ni peores. Es importante comprender la dinámica mental de esta persona y lograr que no nos perciba como un adversario a batir.

Por supuesto, también es importante mantenernos alertas para no convertirnos nosotros mismos en Procusto. Ese gigante puede nacer a partir de una chispa de envidia, un sentimiento de inferioridad o una meta malograda ;)



Psicología/Jennifer Delgado
www.rinconpsicologia.com

Fuente:
Fariñas, G. (2011) El lecho de Procusto o la convención sobre la competencia humana. Revista Semestral da Associação Brasileira de Psicologia Escolar e Educacional; 15(2): 341-350.